Ellos se enfrentan a los saltitos que pegan sus palabras... y a las consecuencias sociales que con frecuencia provocan esos saltitos. Los padres, a la angustia, a la culpa, al dolor de ver que sus hijos sufren maltrato, discriminación...
Hoy es el Día Mundial de la Tartamudez (también llamada disfluencia) y hay buenas noticias para los tucumanos: desde hace unas semanas funciona el primer consultorio público para llevar adelante un tratamiento de este problema. “Es un enorme logro -dice feliz la fonoaudióloga Lina Almazán, especialista en tartamudez-; trabajamos mucho y duro para lograr este espacio”. Fue duro, confiesa, porque en general nadie sabe de disfluencia... y a casi nadie le importa (Ver “¿Qué es la tartamudez?”). “Pero lo logramos, y ya estamos recibiendo pacientes de toda la provincia, y de Salta y Jujuy, que con frecuencia hacen mucho sacrificio para llegar hasta aquí”, añade.
“Aquí” es el consultorio, ubicado en el 3er. piso del Hospital Avellaneda (Catamarca 2.000), que atiende por las tardes de lunes a viernes, de 13 a 19, a pacientes (niños y adolescentes) con o sin obra social. Además, en el aula del comité de docencia del hospital se llevan a cabo los fundamentales talleres para padres.
Temores y realidades
“El tratamiento es largo, y la primera clave es la paciencia. En el consultorio los pacientes trabajan con nosotras tres horas a la semana. Es fundamental que la familia pueda sostener el proceso”, les explica Lina a más de 25 padres que la escuchan con una mezcla de tristeza y esperanza; frustración y expectativa. Cuando lentamente ellos se animan a tomar la palabra, los relatos estrujan el alma: algunos dan cuenta de discriminación por parte de compañeros de escuela (“Un día escuché a mi hija decirle a una compañera ‘si te doy un caramelo, ¿vas a ser mi amiga?’... Me dolió mucho”, cuenta con la voz quebrada una mamá medio oculta entre el mar de cabezas); otros, de maltrato y de la estigmatización por parte de maestras...
María Inés Barranquero y su esposo, Fabio Ramírez, escuchan la historia y, con los ojos llenos de lágrimas, miran a su María Pilar, de cuatro años. A diferencia de sus padres, ella es un cascabelito sonriente. “Ella está muy bien; a nosotros nos preocupa lo que le espera”, dice María Inés.
¡Vos podés!
Florencia Rogido tiene 19 años y cuando habla salta a la vista el amor que siente por su hermano Germán (16). Participa del taller aunque no es mamá... pero casi es mejor: es adolescente como él y percibe lo que necesita. “Yo quiero ayudarlo, lo empujo a que se integre, a que se junte con amigos... pero le costaba mucho. Desde que está viniendo a los talleres está mucho más suelto y decidido”, cuenta emocionada.
Es que en los talleres se trabaja, entre otras cosas, en reforzar la autoestima. Y uno de los elementos claves es la paciencia. “Todos tienen que aprender a tomarse el tiempo necesario, a hablar por turnos. El niño con disfluencia no está jugando ni tomándonos el pelo; retarlo es lo peor que se le puede hacer”, destaca Lina... y muchas miradas bajan hacia el suelo. “Reconozco que lo retaba, porque había días que hablaba bien... ‘Sos o te hacés’ llegué a preguntarle varias veces”, confiesa otra mamá. Lina explica entonces que la tartamudez no es una enfermedad, y mucho menos un capricho. “Se trata de un trastorno de la comunicación (no del lenguaje). Suele decirse que la causa un problema emocional, pero es al revés: el problema emocional surge por convivir con ella. Por eso es indispensable detectarla precozmente y tomársela muy en serio”, advierte.
Signos de alerta
El niño repite sonidos, palabras o frases después de cumplir los cuatro años.
Gesticula mucho al hablar (parpadeo, muecas).
Sacude la cabeza cuando habla
Siente vergüenza al hablar e, incluso, intenta evitarlo.
Le cuesta comunicarse y se siente frustrado por ello.
Cómo ayudar
No te rías
No interrumpas
No completes la frase
No rehúyas su mirada
No estimules que apele a señas
No deduzcas ni imagines, déjalo terminar
No lo obligues a hablar si no tiene deseos de hacerlo
Disminuye tu propia velocidad al hablar